El otro día recibí un correo. De alguien que está dentro de esta lista de suscripción, desde hace ya bastante tiempo.
Copio y pego.
“Por fin, después de dos semanas, he conseguido mi reto (con un poco de retraso).
Ayer quedé con una amiga con la que había trabajado hace mucho tiempo, y desde mucho antes de la pandemia que no nos habíamos visto.
Estuvimos toda la tarde hablando, recordando viejos tiempos y nos reímos mucho.
Fue una tarde maravillosa y volveremos a repetir pronto”.
¿Sabes una cosa?
Cuando comencé con esta lista, no me planteaba una interacción de este tipo. Me explico. Doy consejos sobre ejercicio, recuperación de lesiones y rehabilitación.
Pero parece que las interacciones pueden ir mucho más allá.
Verás.
Me dedico a tratar con gente, soy readaptador de lesiones y profesor.
No puedes separar la parte profesional de la personal. Es muy difícil.
Cada junio, al acabar el curso, se marcha una promoción de alumnos. Hay gente con la que conectas, otros con los que no tienes apenas relación, a algunos les caes bien y otros te odian.
Está bien así.
Es la vida. Cualquier otra cosa es irreal, forzada o mentira.
Pero hay algo que pasa cada año. Siempre, cuando llega fin de curso, hay alguien que tiene un detalle. Un correo, unas palabras, un gesto, un gracias, una mención… nunca es algo material, es algo que te llevas.
Es algo por lo que merece la pena seguir. Aunque estés cansado de que no te escuchen, de que no te hagan caso. Aunque al acabar una sesión de recuperación sepas que no serán constantes.
Pero al terminar el proceso, el curso, la oposición, el objetivo… ahí llega la recompensa. Sabes que has ayudado, que has aportado valor, que has generado acción, sensaciones y crecimiento.
Y eso mismo me ha pasado con este correo.
Me ha hecho sentir que debo seguir escribiendo consejos. Habrá gente que me seguirá, algunos se irán, pero muchos otros llegarán.
Así es la vida. Así es mi trabajo.
Si necesitas consejos, puedes ver qué puedo ofrecerte aquí.