Diabólica sobrecarga muscular

Tienes un plan.

La emoción de escribirlo, pensarlo y temporizarlo te eriza hasta las cejas.

Esa sensación de euforia, de comenzar algo nuevo, de querer comerte el mundo, de sentir ya los resultados.

 

Los palpas.

Los saboreas.

Abres tus aletas de la nariz para sentir mucho mejor el olor de todos los beneficios que vas a conseguir.

 

Nada te va a parar.

Porque eres invencible.

Tienes la convicción de un espartano nacido, criado, entrenado y curtido en mil batallas contra persas, atenienses y seres mitológicos.

 

Tus sensaciones son inmejorables.

Notas como con cada entrenamiento, eres más fuerte, más ágil, tienes más resistencia. Saltas más, corres más, hasta estás más guapo, joder.

 

Y entonces un día lo notas.

No es nada, no tiene importancia, algo casi imperceptible. Tan sutil como una mirada furtiva de un adolescente detrás de un pupitre a su amor platónico.

 

Pero como no puede ser de otra manera, va creciendo.

Porque está creciendo un monstruo que te va a devorar, que va a destrozar de un solo bocado tu nueva vida. Y se multiplica como si metieses a un gremlin en un parque acuático.

 

¡Mierda! ¡Joder!

¿Por qué yo? Todas y cada una de las frases para darte pena a ti mismo, bailan ska en tu cerebro.

Aporrean tu orgullo.

Escupen en la cara a tu yo futuro.

 

Esta es la historia real de un aspirante a policía que llegó desesperado a nuestra consulta, a pocas semanas de las oposiciones.

 

A la vida no le importan tus planes.

No le das pena.

Es ajena a tu dolor, tus deseos y tus metas.

 

Pero, ¿sabes una cosa? A nosotros tampoco nos importa lo que la vida te proponga, porque nos dedicamos a luchar contra las injusticias que te vas a ir encontrando.

 

Te explico parte de esta historia en un audio que recibirás dejando tu correo aquí debajo.

Leave Comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *